22.2.12

De saharauis y nómadas

http://www.umdraiga.com/lecturas_recomendadas/2007/sahaarauisnomadas.htm

Conchi Moya

Con vuestro permiso, unas reflexiones sobre mi querido pueblo saharaui, con todo el respeto y admiración.

Tagrauen, para los niños
Hassina nos contó ayer que el sábado estuvieron viendo el eclipse de luna desde el campamento de El Aaiun. La visión del firmamento en las interminables noches de la hamada es una de las pocas bellezas que se pueden permitir contemplar los refugiados, inmersos en la desolación de una naturaleza cruel y hostil.
En el Sahara, cuando llega un eclipse, se recupera una bonita tradición, el Tagrauen. Los antepasados creían que el eclipse significaba que Dios estaba enojado. Para que dejara de estar enfadado las mujeres ofrecían a los niños dulces, en especial dátiles y trozos de azúcar de pilón. Los colocaban en un tbag (una bandeja hecha de esparto que se solía usar para poner el pan). La dueña de la jaima se colocaba en la entrada con la bandeja y empezaba a llamar "Tagrauen, ya lim ail" (Tagrauen, para los niños). Los pequeños del frig se acercaban a toda prisa para recoger sus dulces.

No sólo se esperaba al eclipse. Cuando la madre presentía algún mal o había tenido una pesadilla, preparaba los presentes para los pequeños. Con Tagrauen se intentaba contentar a Dios, alejar los males de la jaima, del ganado, traer el bien a la familia. Se depositaba el bienestar del frig en los niños
  
Hoy, en el exilio, se sigue haciendo Tagrauen, ahora a los dátiles y el azúcar se añaden también caramelos. Los saharauis saben que la sonrisa de los niños es el mejor talismán para atraer el bien.

  Elzam, turbante saharaui

 Pocas prendas pueden llamar más la atención a un occidental que un turbante. Desde niños, un turbante nos hace evocar lejanas tierras y para nuestros ojos occidentales es el colmo del exotismo y el misterio. En una sociedad como la nuestra, donde ya casi nadie cubre su cabeza, un turbante hace volar nuestra imaginación. Es difícil para los no musulmanes, no árabes, no africanos entender el uso del turbante fuera del tópico del primer mundo. Sin embargo, con esa sorprendente capacidad integradora de los saharauis, en su primera visita a los campamentos los hombres consiguen inmediatamente la pieza de tela negra, acceden encantados a que se lo pongan, y lo lucen, primero orgullosos y enseguida agradecidos al entender la increíble utilidad de esta milenaria prenda que forma parte de la tradicional vestimenta de los hombres saharauis.

Elzam, o turbante saharaui, es una pieza de una tela llamada tubit o nila, de unos tres metros de largo. El típico turbante es de color negro, aunque últimamente se encuentran en los campamentos algunos turbantes verdes o azules, y en especial, unos turbantes de color ocre que se usaban en la vida militar. Este color era el usado por los militares polisarios durante la guerra y fueron asimilados del uniforme de las antiguas tropas nómadas españolas en el Sahara. Ahora se ven habitualmente en los campamentos.

Entre los saharauis no se usa el turbante de color blanco. Normalmente lo llevan quienes han peregrinado a la Meca, algo no demasiado usual entre los saharauis, ya que debe vestirse de blanco durante la peregrinación.

Si hay una prenda de utilidad, esa es el turbante. Los saharauis dicen que tiene 33 usos. Mucho más que una prenda de vestir, el turbante protege del implacable sol y de los vientos, tan duros de soportar en el desierto. Sirve para secarse, para taparse la cabeza durante la siesta y alejar a las moscas, para protegerse del frío, que también lo hace en el desierto. Cuando se rompe puede usarse limpio como trapo para la casa, para secar los cacharros del té o para taparlos cuando no se utilizan, aunque para esto es más habitual usar las melhfas. Y cómo no, es una prenda de gran romanticismo, que en ocasiones cubre la cara, dejando al descubierto sólo los profundos y llenos de verdad ojos saharauis. Para mostrar alegría o felicidad los hombres se quitan el turbante y lo hacen girar delante de sus cabezas y también se lucen en algunos bailes tradicionales.

La forma de colocarse elzam es típica y característica del pueblo saharaui. Se enrolla sobre la cabeza, pasando por debajo de la barbilla, para taparse boca y nariz en caso de vientos, y se deja un trozo de tela libre a la altura del hombro. Aunque hay algunos hombres que lo colocan de diferente forma. Algunos militares lo dejan suelto por detrás de la cabeza como si fuera una melena, y enrollan el resto en lo alto de la cabeza. En mi primera visita a los campamentos me sorprendió la forma de llevarlo de Mohamed, llamado el Fideo, un fascinante personaje muy flaco, de rasgos afilados y con aspecto de aguililla; Mohamed, que hablaba de filosofía occidental con los periodistas que acogía en su jaima, llevaba elzam rodeándole la parte de arriba de la cabeza.

Elzam es el compañero de la daraa, formando ambos la típica vestimenta del hombre saharaui. Y por eso se ha convertido en un símbolo del atuendo nacional para la resistencia pacífica saharaui en las zonas ocupadas. Los jóvenes saharauis en las manifestaciones tratan de proteger su identidad con elzam, a la vez que reivindican su saharauidad, y los presos políticos saharauis han aparecido en muchos de los juicios vestidos con la ropa nacional, daraa y turbante sobre los hombros, la forma majestuosa de llevar elzam entre los saharauis.

Hay tal identificación entre elzam y los saharauis que se usa la expresión “ahel elzam lakhal” (los del turbante negro) para referirse a los saharauis.

   
Buki y la poesía de Trab el Bidan

Sólo una cultura tan peculiar y pura como la bidan podía mantener la llama de la poesía tan viva. Un ejemplo. En Mauritania uno de los programas más escuchados y seguidos en la radio es precisamente un programa de poesía. Conducido por Buki, el programa es seguido por legiones de admiradores que se reúnen para escuchar recitar en hassania poemas con música tradicional de fondo. Los sonidos del típico tidinit saharaui y mauritano ponen un fondo nostálgico a poemas que hablan de la tierra, de las tradiciones del desierto, historias legendarias, anécdotas de antepasados saharianos, batallas, gestas y epopeyas.

El público llama y se hace un sencillo concurso sin premios ni espónsor en el que se trata de averiguar de quién es el poema. También llaman los oyentes para las “típicas” peticiones, aunque en este caso de poemas.

Entre los bidan la poesía marca el nivel de cultura del individuo. Aprender de memoria poemas, recitarlos y declamarlos correctamente, y no digamos crearlos, son motivo de consideración, admiración y estatus en una persona. Tan distinto de nuestras sociedades occidentales donde lo que vale es la materia, la riqueza y la supuesta belleza física.

En la Radio Nacional Saharaui, uno de los programas de más audiencia, incluso fuera de los campamentos al ser muy escuchado en Mauritania es Nadi al Adab (Club de literatura), en el que se hace literatura comparativa entre los grandes poetas árabes y los grandes en hassania.

A ver si empezamos a “contaminarnos” de estas buenas costumbres.

  
Los evencos, los nómadas de las nieves

Siempre me han llamado la atención los pueblos nómadas. A pesar de que soy sedentaria convencida y apenas he cambiado de lugar de residencia, me siento fascinada por estas gentes que vienen y van, haciendo miles de kilómetros en busca del sustento. Porque lo que caractariza a estos pueblos es la extrema dureza de sus condiciones de vida, que les llevan a lanzarse a la búsqueda de pastos, caza o pesca.

Normalmente pensamos en pueblos del gran desierto del Africa cuando hablamos de nomadeo; saharauis o tuareg son los primeros pueblos en los que pensamos. Pero hay otros nómadas, los de las nieves, los hombres errantes por las enormes extensiones heladas, como los de Siberia. En esas tierras vive un pueblo, el evenco, que sobrevive a duras penas. Los evencos, habitantes de un desierto helado, practican las artes de la caza y la pesca sin abandonar sus tradiciones milenarias, características y diferentes, pero con muchos puntos en común con los nómadas saharianos. Los evencos viven en unas tiendas cubiertas con pieles de venados, llamadas chums, emparentadas con las jaimas de pelo de camello saharauis. Al hablar del camello, pilar de la cultura nómada del desierto, recordamos que sin renos no habría cultura evenca. Hay dos tipos de renos, el doméstico, que se cría desde pequeño, y el salvaje, que cazan. El reno tira de sus trineos, les proporciona carne y grasa y sus pieles sirven para abrigarse y cubrir sus tiendas.

Los evencos, unas 70.000 personas que viven entre Rusia y China, con más de la mitad de su población nómada que no permanecen más de un mes en el mismo lugar, ven su lengua original en peligro de extinción. Entre los hombres y mujeres existe total igualdad. Otro rasgo común en las sociedades nómadas, a las que la dureza de sus condiciones de vida imponen que todos colaboren por igual para asegurar la supervivencia del grupo.

Una fascinante cultura de la que apenas se conoce nada, los tiempos de la globalización son malos para los viajeros errantes.



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